jueves, 2 de diciembre de 2010

La noche que estrenaron “¡Eso!”



Un auditorio atiborrado de espectadores fue el marco para la presentación teatral. “¡Eso!”, la obra que presentaban, había logrado una gran convocatoria, a pesar de que no se había promocionado como debía.
Uno a uno, estudiantes de media, jóvenes, adultos, tías y tíos, iban aposentándose en las sillas, mientras en el escenario, con serena diligencia, unos muchachos acomodaban y arreglaban la escenografía: pelaban cables con el diente, encendían y apagaban los tachos de luz, les adherían a éstos papel celofán, pegaban afiches en la pared, la falsa pared de triplay.
El director y actor de la obra, Edilberto 'Sacha' Sánchez llega, pelucón, abrigado en su casaca blanca. Tiene un aliento a licor. Dice que estaba bebiendo con Andrés Cloud, uno de los maestros de la literatura huanuqueña, cuyo cuento, “¡Eso!”, ganador, en el 2004, de la edición especial de El Cuento de las 2 000 Palabras, de la revista Caretas, fue adaptado por 'Sacha' y ahora justamente lo estrenaba.
¿Dónde está Andrés? En un barcito entre 28 de Julio y Mayro, con Miguel Rivera, el poeta. ¿No va a venir a ver su obra adaptada? Ya lo vio en la primera función, de las seis, y quiso celebrar. Parece que le gustó algunas partes del montaje, por eso me invitó.
Estoy en un bar bajofondista, hay muchas botellas vacías sobre la mesa, solo una tiene cerveza. Bebo, hablo, bebo, hablo, bebo, hablo. Estoy sumamente borracho, tambaleante, con las justas me tengo en pie, junto a mí están mis dos acompañantes, también beodos, 'trapos', que cargan, que tocan una guitarra y una cajón.

Le brillan los ojos, me alegra que eso le satisfaga. Cloud es exigente, ¡como debe ser!, con el trabajo artístico. Complacerlo no es fácil, lo sé bien. Más aún cuando eres su amigo, alguien a quien a cultivado sin condicionamientos. 'Sacha' sonríe antes de irse tras bambalinas; tiene que vestirse, la función va comenzar, así que a metamorfosearse, a plastificarse.
Suena en los parlantes Green Day. Están haciendo hora, ponen música para que la gente no se aburra. A mí me gusta, así que no tengo reparos con ese género musicial, me digo para mí, en tanto coloco la videocámara sobre el trípode y lo enchufo directamente al tomacorrientes, utilizando el cargador de la batería. También alisto mi cámara fotográfica digital; espero que no falle esta vez.
Estoy recordando el pasado, mi pasado, mi vida: la universidad y la violencia de la política, mis mujeres y mi poder sexual, mi trashumancia: de Huánuco a Amarilis, de allí a Paramonga, y luego a otros sitios más.
Estoy en el auditorio o estoy en el escenario. No soy o soy Pepe Lucho, el personaje principal del montaje. Estoy en un bar bajofondista, hay muchas botellas vacías sobre la mesa, solo una tiene cerveza. Bebo, hablo, bebo, hablo, bebo, hablo. Estoy sumamente borracho, tambaleante, con las justas me tengo en pie, junto a mí están mis dos acompañantes, también beodos, 'trapos', que cargan, que tocan una guitarra y una cajón. Estoy recordando el pasado, mi pasado, mi vida: la universidad y la violencia de la política, mis mujeres y mi poder sexual, mi trashumancia: de Huánuco a Amarilis, de allí a Paramonga, y luego a otros sitios más. Soy, les digo, como en el cuento, un experto “en Santo Tomás de Aquino, Nietzche, Malebranche, Kant, Leibnitz, Schopenhauer, Kierkegaard, Karl Jarpers”. Soy feliz, soy feliz, ¿soy feliz?
Oígo que dicen, o digo, que es interesante la estructura de la obra, la utilización de la muda del tiempo y el espacio, la sugestividad de algunas escenas, lo explícito de otras, el desboblamiento de los personajes, la versatilidad de los actores que, a cada rato, demuestran que tienen talento. Hay fallas, sí, pero perfectibles: luces a destiempo, olvido de diálogos. Creo que es una obra aún por pulir. Sergio Calderón, uno de los borrachos (léase actor), aquel que se parece al hombre de las nieves, cumple, complementa. Paul Miller, su secuaz etílico, eficiente con su potencia y fuerza. Convicente el maquillaje en el ojo, dice Juan Giles, el mejor escritor inédito de Huánuco, con una sonrisa cómplice. ¿Una pelea? Mejor que cuente él.
Los tres actores están al filo del escenario. Agradecen, sinceros, emocionados. Escucho una hemorragia de aplausos. Les pido hacerles unas fotos. Ahora están solo dos en el escenario, la vorágine de los saludos ha arrastrado a Paul donde su familia, entre los dos conjuntos de sillas que se van despoblando. Le digo a Abel, el hijo de Wilde Palomino, el músico, que lo llame. Paul viene, ahora es 'Sacha' quien no está. Se ha metido dentro del escenario, llámenlo. Por fin los tres, las fotos. Allí es cuando decido escribir algo sobre esta noche o fue cuando escuché decir a 'Sacha', mi hermano: “Así como Cloud escribe para no suicidarse, igual yo hago teatro para no sentirme solo”. Pienso en esas palabras cuando salgo del ex paraninfo de la Unheval, cerca de las diez de la noche, barajando la posiblidad de ir a la esquina de 28 de Julio y Mayro: estoy seguro que Cloud y Miguelito siguen allí.
Texto y foto: Valentín Sánchez Daza.